Historia 1

Joel Hace mucho tiempo, un relojero llamado Tiberio vivía en un pequeño pueblo junto al mar. Un día, los relojes de sus clientes comenzaron a desaparecer misteriosamente. Tiberio siguió las huellas de arena que los relojes dejaban al ser arrastrados por la marea, hasta que llegó a una isla oculta entre la neblina, donde encontró miles de relojes caminando solos. Cada reloj era el alma de alguien que había olvidado el tiempo en sus manos. Tiberio decidió quedarse en la isla, para cuidar de todos aquellos relojes y escucharlos contar sus historias de tiempos pasados.

Historia 2

En un pequeño vecindario, un gato llamado Félix tenía una habilidad muy especial: podía atrapar sombras. Nadie sabía cómo lo hacía, pero cada noche Félix salía de su casa en silencio y volvía con una sombra diferente en sus patas. A veces eran sombras de niños corriendo, otras de pájaros en vuelo o hasta de un perro gigante que ladraba sin cesar. Las sombras permanecían con él hasta el amanecer, cuando desaparecían como si nunca hubieran existido. Los vecinos creían que Félix atrapaba sombras para guardarlas de día, así nunca nadie estaría solo en la oscuridad.

 

Historia 3

Lía siempre tenía sueños increíbles, hasta que una noche despertó y no recordó nada. Con el tiempo, todos sus sueños se esfumaron, hasta que descubrió que alguien los había estado robando. Tras seguir las pistas, llegó a una biblioteca oculta en la estación de tren abandonada de su ciudad. En esa biblioteca, los libros eran los sueños de personas de todo el mundo, y los encargados de la biblioteca eran criaturas nocturnas que llevaban puestos abrigos largos y anteojos pequeños. Con valentía, Lía recuperó su propio libro de sueños y, desde entonces, todas las noches viajaba a lugares maravillosos sin miedo a olvidar sus aventuras.

Historia 4

En un rincón muy lejano del universo, se celebraba cada mil años un concurso de talentos intergaláctico. Todos los planetas podían participar, y los concursantes eran de lo más peculiar: había cometas cantantes, agujeros negros que hacían malabares con meteoritos, y estrellas que bailaban al compás de galaxias enteras. Este año, la Tierra envió a su mejor representante: una niña que tocaba la flauta con tanto amor, que su música viajaba por todo el espacio. Su canción era tan hermosa que, al final, la galaxia misma le entregó el primer premio: una estrella en miniatura que ella cuidaría como recuerdo eterno de su hazaña.

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